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La nutrición perdida: por qué el cuerpo moderno pide más

Una mirada profunda a las causas del déficit nutricional y cómo la sabiduría ancestral puede guiarnos hacia el equilibrio en tiempos de exceso y carencia.
24 marzo 2025 di
La nutrición perdida: por qué el cuerpo moderno pide más
Judith Soreira

Hay una sabiduría que llevamos dentro, una voz suave que susurra lo que nuestro cuerpo necesita. Pero en el ruido del mundo moderno, esa voz se ha vuelto difícil de escuchar. Comemos, sí. Pero, ¿nos nutrimos?

En nuestra cultura actual, ni siquiera los médicos —ni nosotros mismos— solemos prestar suficiente atención a los requerimientos profundos del cuerpo: esos nutrientes invisibles pero esenciales que hacen posible nuestra existencia cotidiana. Micronutrientes como minerales, vitaminas, aminoácidos y ácidos grasos especiales, son la base de un organismo que quiere no solo sobrevivir, sino también florecer.

Y, sin embargo, a ese jardín interno lo hemos dejado sin agua. Nos alimentamos con productos industrializados, comemos sin conexión, y estamos sumidos en una gran confusión sobre qué es realmente comer bien. El resultado no sorprende: la mayoría de nosotros, en algún momento, vivimos con déficits nutricionales importantes. Y esto sucede a todas las edades.

De hecho, la mitad de los niños menores de cinco años tiene al menos una deficiencia importante de micronutrientes. Y en los adultos, el escenario no mejora: estamos sobrealimentados, pero desnutridos.

Esos vacíos invisibles que dejamos sin cubrir son muchas veces el origen de desequilibrios hormonales, problemas circulatorios, enfermedades crónicas y fatigas que sentimos “normales”, pero que no lo son.

Hoy queremos invitarte a hacer una pausa. A mirar hacia dentro. Y a comprender, con claridad y compasión, qué está pasando en nuestro cuerpo cuando no le damos lo que realmente necesita.

Micronutrientes: pequeños aliados, grandes transformaciones

Nuestro cuerpo es un sistema sabio, tejido con precisión milenaria. Y para funcionar bien, necesita nutrientes que actúan en pequeñas dosis, pero con un poder inmenso.

Aminoácidos: los ladrillos de la vida

Todas las proteínas de nuestro cuerpo están hechas de aminoácidos. Son los ladrillos que construyen tejidos, órganos, músculos. Entre ellos, existen los aminoácidos esenciales, que el cuerpo no puede fabricar por sí mismo y debe recibir desde el exterior —ya sea a través de los alimentos o suplementos.

Uno de los más conocidos es la leucina, crucial para el desarrollo muscular. Otro es el triptófano, que necesitamos para producir serotonina, la sustancia que regula nuestro estado de ánimo. Si falta, podemos sentirnos tristes, apagados, sin saber por qué.

También existen los aminoácidos semi-esenciales, que el cuerpo puede producir, pero no en cantidad suficiente durante momentos de estrés o enfermedad. Y en un mundo donde el estrés es constante y los nutrientes escasean, cada vez es más común tener déficits de estos compuestos vitales.

Estos aminoácidos impactan en nuestro metabolismo, humor, energía, y claridad mental. Son parte del lenguaje con el que el cuerpo se comunica y se sostiene.

Vitaminas: chispas que encienden los procesos

Las vitaminas actúan como llaves que activan procesos silenciosos y esenciales. Aunque las necesitamos en cantidades pequeñas, su ausencia detiene mecanismos clave.

Por ejemplo, para producir serotonina no solo necesitamos triptófano, sino también vitamina B6. Y para sintetizar dopamina, vital para la motivación y la fuerza de voluntad, el cuerpo requiere tirosina, cobre y otras vitaminas.

Las vitaminas hidrosolubles (como el complejo B y la vitamina C) se eliminan por orina si hay exceso. En cambio, las vitaminas liposolubles (A, D, E y K) se almacenan en nuestra grasa corporal. Esto significa que, si se acumulan demasiado, pueden causar problemas —pero también son las que más fácilmente nos faltan.

Hoy, los déficits más comunes incluyen vitamina D, B12 y vitamina A. Su ausencia silenciosa debilita nuestro sistema inmunológico, nuestro ánimo y hasta nuestra capacidad de sanar.

Minerales: tierra en nuestra sangre

Los minerales nos conectan con la tierra. Son parte de nosotros, aunque a veces lo olvidamos. Los necesitamos para que nuestras células funcionen, nuestras enzimas se activen, y nuestros órganos cumplan su propósito.

Existen dos tipos:

  • Electrolitos, como sodio, potasio, calcio y magnesio, que permiten la transmisión de impulsos eléctricos entre las células.
  • Minerales de traza, como hierro, zinc, selenio, cobre, yodo o manganeso, que aunque los requerimos en pequeñísimas dosis, su papel es inmenso.

Un déficit de hierro puede impedir el transporte adecuado de oxígeno. La falta de zinc debilita el sistema inmunológico. El yodo, tan sencillo y tan olvidado, sigue siendo hoy la principal causa prevenible de retraso mental en el mundo. Su importancia en el embarazo y la lactancia es crucial.

El selenio, por su parte, es un potente antioxidante y un colaborador indispensable para la salud tiroidea.

Y todos ellos, en conjunto, son los guardianes silenciosos de nuestra vitalidad.

Electrolitos: el pulso del cuerpo

Imagínalos como el latido invisible que permite que tus músculos se contraigan, que tu corazón palpite, que tus neuronas se comuniquen. Si te faltan, todo se enlentece.

La deficiencia de potasio es una de las más comunes, aunque pocas veces se mide correctamente. También el calcio y el magnesio son fundamentales para mantener el equilibrio eléctrico interno.

En un cuerpo desnutrido, hasta la electricidad se apaga.

Antinutrientes: cuando lo natural también puede bloquear

Existen compuestos vegetales llamados antinutrientes que, aunque provienen de alimentos aparentemente saludables, pueden interferir en la absorción de nutrientes clave.

El más conocido es el ácido fítico, presente en legumbres, semillas y cereales. Este compuesto se une al zinc, al hierro y al calcio en el intestino, impidiendo que el cuerpo los absorba. Además, inhibe enzimas digestivas, dificultando aún más la correcta asimilación de lo que comemos.

No se trata de temer a los alimentos, sino de comprender su impacto y aprender a prepararlos mejor. Porque no todo lo que está en la mesa, nutre.

Una mirada sabia hacia el futuro

Los déficits nutricionales son una realidad silenciosa, pero transformadora si elegimos verlos. La mitad de la población mundial los padece desde los seis meses de vida. Y la erosión de nuestros suelos, el ritmo moderno y la desconexión con la alimentación verdadera, solo profundizan el problema.

Hoy los déficits más frecuentes son: yodo, potasio, hierro, vitamina A, vitamina D y omega 3.

Pero este no es un mensaje para alarmarte. Es una invitación a mirar con otros ojos. A reconectar con la sabiduría del cuerpo. A hacerte preguntas. A observar tus síntomas. A elegir, poco a poco, una nutrición más ancestral, más sabia, más consciente.

Si puedes, realiza un análisis que te permita detectar tus carencias. Y si no, en los próximos artículos te compartiremos formas de reconocer ciertos déficits a través de señales que tu cuerpo ya está dando.

Recordá: comer sano no siempre es comer suficiente. Y tu cuerpo no te pide perfección, te pide escucha.

Si este mensaje resonó contigo, compártelo con alguien que lo necesite. Alguien que quizás se está alimentando, pero no nutriendo. Porque cuando aprendemos a ver, también podemos sanar.

La nutrición perdida: por qué el cuerpo moderno pide más
Judith Soreira 24 marzo 2025
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